El bambú chino

El bambú chino

                No trato de enseñar cómo desarrollar tu propia potencialidad. Ni tan siquiera creo que deseo convencerte de nada ¡no lo sé!, pero me vale de desahogo el utilizar este medio para canalizar mis pensamientos y obras. Quizás lo que busco es huir de la soledad de mi propio criterio, esperando una respuesta multitudinaria de comprensión ¡tampoco lo sé! De lo que sí estoy seguro es que no me perdonaría callar lo que deseo expresar a voz en grito.

                Me considero una persona normal que, igual que tú, siente dolor, alegría o tristeza. En algunos momentos me siento mejor que los demás y a veces peor. En ocasiones he llegado al límite sintiendo una tensión insoportable y he mandando a la mierda a alguien (con perdón). ¿No te parece que de verdad somos iguales?

                Pero me defino conservador y al mismo tiempo revolucionario. Conservador en los valores que forman parte de mi esencia y extremadamente progresista en los cambios que, como personas, debemos realizar para preservar ese carácter humano de los ataques que contra él realiza el mal llamado progreso. La clave está en saber qué es lo que debe permanecer y lo que cambia.

                El nuevo mundo provee de elementos que facilitan una mejor forma de vivir, o al menos eso creemos.La tecnología nos invade con productos que relajan nuestra creatividad y nos lo da todo hecho.  La ley del mínimo esfuerzo se impone, porque nuestro cerebro lo compra, transformando la tendencia de ayer en la realidad de hoy.

                Es maravilloso poder disfrutar de todo lo que hoy tenemos a nuestro alcance, pero no lo hacemos ¡porque nos hemos equivocado! Buscamos la felicidad y la confundimos con vivir mejor. ¡Este es el gran error! El haber dejado atrás aquellos valores que hacían de la persona un ser eminentemente social, hoy nos pasa factura y, lo que es más triste, seguirá pasándonos facturas aún más altas si no nos ponemos en marcha. Existe solución ¡claro que sí!, pero exige de ti y de mí un esfuerzo permanente de coherencia con nuestras raíces, con las que nos otorgan la categoría de humanos.

                Hace muchos años tuve la suerte de conocer la historia del bambú chino. Ella me permitió entender más en profundidad lo que significan esos valores de los que hablo, además de servirme como referente en el cultivo de los mismos. Quizás ya la conozcas, o tal vez no, pero me encantaría que la entendieras y te afectara tanto como lo hizo en mí:

                Los chinos siembran el bambú, lo riegan y lo abonan durante el primer año, pero no sucede nada. El segundo año lo siguen regando y abonando, pero tampoco se ve que ocurra nada. El tercer y cuarto año continúan regando y abonando sin que nada aparente esté pasando. Al quinto año también lo riegan y lo abonan… Y comienza a surgir de la tierra, como si de un milagro se tratara, llegando a crecer hasta treinta metros en un mes. ¡Impresionante! La pregunta es ¿Ha sucedido en un mes o en cinco años?

                Ha necesitado de cinco años para fortalecer sus raíces, aquellas que van a sostener la gran altura que alcanzará. Dotado de un tronco flexible y fuerte será capaz de aguantar los rigores del tiempo, del frío, calor y vientos.

                Si el ser humano no defiende sus raíces está forzado a fracasar. Muchos son los factores que atentan contra el verdadero progreso. Disfrazados con carcasas que nos invitan desde niños a poseerlos, invaden nuestro propio mundo. Los teléfonos móviles, las redes sociales, internet, todos ellos engañan a nuestro cerebro haciéndonos creer que nos comunicamos mejor que antes. La Televisión también, aceptando nuestra mente que lo que allí vemos es lo único que existe.

 La relación entre humanos se limita a encuentros esporádicos e interesados que llenan nuestros pequeños espacios de ocio. Empujados por las prisas y multitud de quehaceres que ahora ocupan nuestras vidas, poco o nada importan las de los demás. Tenemos noticias de lo que ocurre en cualquier rincón del mundo, pero desconocemos a nuestro vecino.

Es difícil hoy comunicarse ojos a ojos. También lo es desarrollar la creatividad y la imaginación. ¿Cómo es posible imaginarse algo si se nos proporciona la imagen? Si es más fácil, divertido y rápido ver una película que leer un libro, ¿para qué me voy a esforzar en poner cara, voz e imágenes que surjan de mi propia creatividad? Está bien que nuestros hijos se formen con los medios que hoy disponemos, pero debiera ser como complemento y refuerzo, pues la educación es algo más que simple formación.

Si entiendes de lo que hablo, a buen seguro que llevas en tu esencia el poso de valores que algún cuento te dejó. O la sabiduría de unos abuelos que,  con sus historias, regaban y abonaban las raíces que hoy te hacen más fuerte.

                Mi vida está sujeta a unas raíces que me ayudan a darla un sentido, me permiten comprender que la mía tiene el mismo valor que la de los demás. Probablemente es también la causa por la que Barymont existe, por la que está dotada de alma y creada no solamente para compartir, sino para ayudar a corregir el rumbo de la sociedad hacia un mundo en el que el ser humano recupere su dignidad.

                Aunque parezca una utopía, recuerda que somos guerreros. Somos capaces de convertir la ilusión en sueños y los sueños hacerlos realidad, sujetándote bien a tus raíces

¿Te atreves a ser libre?    

             

Emilio Montaraz Castañon

Presidente de BARYMONT & ASOCIADOS, S.A.

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