Factor humano vs factor capital

Factor humano vs factor capital

Hace algo más de veinte años, la empresa a la que Ana y yo habíamos entregado los años más intensos de nuestras vidas, nos arrebató injustamente nuestro único medio de vida, aunque fue extremadamente mayor el precio emocional que pagamos.

                Miles de personas se solidarizaron con nosotros, aquellos por los que habíamos luchado y perdido todo, dando lugar a la decisión de crear una empresa en la que todos tuvieran cabida. Eran autónomos e independientes y estaban preparados para afrontar el reto de diseñar nuestro futuro, por lo que rápidamente nos pusimos en marcha. Invertimos todo cuanto disponíamos e incluso hipotecamos nuestra casa, dotando así de recursos a la nueva compañía que acababa de nacer como Sociedad Anónima.

                Los ingresos estaban ligados a la producción que cada uno fuera capaz de realizar. En la captación de nuevos clientes y la venta de productos se centraba nuestra actividad, para cuyo fin estábamos todos perfectamente preparados; la empresa se encargaba de la gestión, administración e intendencia mientras abría puertas que facilitaran su avance.

                Fiel a mis convicciones y deseando que también tuvieran la posibilidad de participar del más que probable crecimiento de la empresa, ofrecí a todo el que quisiera la adquisición de acciones que les elevara a la calidad de propietarios en la proporción que desearan. De esta forma sus ingresos se incrementarían por el beneficio del capital aportado, previo pacto de que mantuviéramos nuestra actividad productiva. Era ideal, pues el trabajo rendía ingresos por producción, pero se añadían los beneficios del capital por el valor añadido a la empresa.

                Setecientos fueron los accionistas que aprovecharon esa oportunidad, llegando a alcanzar un capital social de 1.200.000 €. Buenas instalaciones, inmejorables productos y un servicio inigualable a nuestros clientes, no fueron suficientes para sostener aquella innovadora creación. ¿Qué había ocurrido? La inmensa mayoría de accionistas dejaron de producir, esperando únicamente los ingresos que la empresa repartiera en forma de dividendos. Tres años después de su apertura, de todos los que se habían involucrado, menos de cuarenta  se mantenían activos trabajando. Poco tiempo pasó hasta que llegaron los embargos y aquella compañía quebró, dejando enterrados unos sueños que solo podrían haberse alcanzado con el esfuerzo y trabajo de cada uno. Lo habíamos perdido todo.

                Y ahora viene la reflexión. ¿El capital, por sí mismo, podría mantener competitiva la empresa? ¡Claramente no! El capital sirvió para dotar a la empresa de fuertes recursos que facilitaran nuestra actividad. El desarrollo de esa actividad correspondía a otro factor, al único capaz de añadir valor desarrollando el negocio: al factor humano.

                Aquello que ocurrió entonces me aportó luz, que hoy me permite ver con claridad pasmosa lo que está ocurriendo y las consecuencias sobrevenidas. No es difícil ver el futuro cuando no pierdes las raíces de un pasado y aprendes de tus experiencias, por lo que pongo el grito en el cielo pidiendo cordura para evitar burbujas que, tarde o temprano, acabarán rompiéndose.

                La mayor parte de las grandes empresas de hoy están sobrecapitalizadas, arrastradas por la necesidad que en su momento les llevó hacia la adquisición de recursos, sobre todo tecnológicos, que siendo entonces muy caros, pronto quedaron desfasados. Las ampliaciones de capital como fuente que los financiara introdujeron nuevos “dueños”, que esperan de brazos cruzados los beneficios a los que tienen derecho. Es hora de hacerse una pregunta dura: ¿Es el capital, hoy, quien aporta el valor añadido que hace competitiva a la empresa? ¿No será el factor humano quien realmente aporta ese valor y, sin embargo, se entrega en forma de dividendos a sus accionistas?

                Hoy con un simple teléfono de 300 € tenemos mayor capacidad de gestión que hace treinta años con una sala de ordenadores IBM entre paredes de hormigón y plomo, cuya inversión suponía millones de euros. La tecnología queda desfasada cada vez más rápidamente, pero quien no fue previsor entonces, aún hoy no tiene amortizada aquella inversión y debe seguir pagando a quienes aportaron su capital.

                Estamos viendo como numerosas grandes empresas se ven obligadas a conseguir miles de millones de euros de beneficios, para ser repartidos entre brazos caídos, incluso a costa de despedir a miles de sus empleados, pues si no fuera así venderían sus acciones, bajaría su valor y la empresa se vería en un grave problema. Pero ese sería el valor real de la misma si cada cosa estuviera en su lugar y, por ello, fácilmente llegaremos a verlo muy pronto si no comenzamos a realizar los giros que el mercado y el mundo reclama. Las burbujas se van inflando en tanto se destinen los ingresos a factores que no añaden valor.

                Quizás esté equivocado en mi humilde y personal análisis, pero es con lo que cuento y ello me lleva a caminar en coherencia hacia ese nuevo mundo que deseo para todos. Muy probablemente ya estaría retirado desde hace unos cuantos años si mantuviera cerrados los ojos, pero ello sería un atentado contra mi propia esencia, por lo que continuaré avanzando mientras Dios me lo permita.

                Y andando por este camino nació Barymont. Su nombre no es más que las primeras letras de los apellidos de Ana y mío (Barros y Montaraz), que potencian la unión de creencias iguales y el carácter muy distinto de cada uno. Fue creada la empresa como vehículo al servicio de quienes se esforzaran por llevar a nuestros clientes lo mejor de cada uno y ayudarles a alcanzar su libertad financiera. Somos unos verdaderos privilegiados porque disponemos de las herramientas y la fuerza para lograrlo, contribuyendo con nuestra cruzada a un cambio que, como ves, se hace cada día más necesario.

                En Barymont hemos renunciado a los beneficios del capital, lo cual afecta también a nuestros hijos, que nos llenan de orgullo por su desprendimiento en consonancia con estos principios que compartimos. Todo cuanto se genera es participado por quienes aportan valor en proporción al mismo y antes de que termine cada año, salvo lo que exige una mínima prudencia contable y de sostenibilidad. Soy plenamente consciente de nuestra renuncia, sin la cual quizás estuviera obteniendo hoy cuantiosos ingresos, o no porque hubiera perdido su mayor fuerza de atracción; pero también sé que la felicidad tiene más que ver con el compartir con los demás, que con el dinero que uno gana a través de ellos.

                Quiero ser más concreto aún. Capitalicé Barymont con 60.000 €, aunque a lo largo de los años he tenido que ir aportando recursos que me habrán supuesto un gasto aproximado de otros 200.000 €. En los 5 años primeros de vida la empresa llegó a multiplicar por 500 su valor inicial. El valor añadido ¿lo produjo el capital que aporté, o las personas que lo trabajaron? ¿Sería honesto que yo percibiese hoy los frutos de ese valor que se añadió entre todos? En los paradigmas de la mayoría seguro que sí, pero los míos hace ya tiempo que los he roto.

                Es obvio para nosotros que en España ya hemos conseguido hacer realidad lo que para muchos sigue siendo una utopía, aunque todavía queda mucho por hacer.  Nos cuesta mucho salir de nuestra zona de confort, aunque ello suponga dejar nuestra vida atrapada y sin el control de nuestro propio destino. Sin embargo, estoy totalmente seguro de que a nuestro alrededor existen cientos de miles de personas que, como emprendedores, estarían dispuestos a avanzar por el camino que propongo, por lo que no cejaré en mi empeño de que, trabajando juntos, lograremos hacer de este mundo un mejor lugar donde vivir.

                Este es el mundo Barymont. Un mundo creado por guerreros que luchan por dar sentido a la propia existencia del ser humano que, sin renunciar a sus valores, son capaces de realizar los más grandes sueños.

 

Emilio Montaraz Castañon

Presidente de BARYMONT & ASOCIADOS, S.A.

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