El surf y la decisión

El surf y la decisión

Mientras repasaba el contenido de la reflexión de ayer, me venía a la memoria el impacto que nos causó a Javier (mi hijo) y a mí, cuando una gran empresa de renombre mundial anunció a bombo y platillo su lema para este año: "La “Estabilidad”. Nos miramos perplejos y dijimos al unísono: “Realmente estamos en otro mundo”.

                Si no está roto no lo arregles, dicen algunos, esperando que lleguen mejores tiempos. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, es el lema que los mueve por el mismo camino con la esperanza de que todo vuelva a su sitio, defendiendo su posición ante cualquier cambio posible. Son frases acuñadas en un paradigma al que sirven para su propia protección y que, como verdades absolutas, ejercen su poder dotando de una falsa seguridad a quienes así piensan. Por supuesto nada más lejos de lo que pienso: si no está roto rómpelo.

                Me sorprende, de verdad, observar cómo incluso los más adelantados en cuestión de actitudes ante los nuevos tiempos, pretenden sembrar el optimismo contemplativoen situaciones donde lo que se requiere es un entusiasmo activo. Así nos invitan a contemplar el vaso medio vacío o medio lleno, sintiéndonos reconfortados al responder que lo vemos medio lleno. ¡Acertamos! Y nos quedamos tan tranquilos. ¡No!... El vaso está ¡a medio llenar!...Pero esto es más difícil de aceptar, pues nos implica obligándonos a tomar acción para que tal resultado se llegue a conseguir.

                En Barymont no solo esperamos a que las olas lleguen donde nos encontramos, sino que vamos a buscarlas allá donde están a punto de romper. La energía que en ese momento desprenden nos impulsa, mientras avanzamos disfrutando de esa indescriptible sensación que sólo sienten quienes, con una simple tabla, se deslizan por delante de la ola mientras ésta va rompiendo a sus espaldas. La primera exigencia de un surfista es muy básica: vencer el miedo. A partir de ese particular requisito, el entrenamiento para lograr mantener el equilibrio es fundamental. La fuerza de voluntad y el esfuerzo y la perseverancia vienen después.

                Siempre he sido atraído hacia experimentar sensaciones de ese tipo, no tanto por el gusto de “sufrir” cuando afronto un determinado riesgo, como por estudiar mi propia reacción ante la toma de decisiones que me llevan hacia la realización de aquello que deseo.Por eso puedo decir que he puesto a prueba mi determinación en cada momento, cuando debía entrar en acción en coherencia con la decisión tomada. Atravesar los Alpes en globo aerostático, esquí sobre nieve y también acuático, jumping desde 65 metros, túnel de viento, salto en paracaídas, etc., etc., son algunos ejemplos a los que me refiero y que, entre otros, me sirvieron de entrenamiento. Me ayudaron a entender mejor aquellos mecanismos internos sobre los que se construye una vida de éxito.

                No quiero aburrirte con las numerosas anécdotas que han creado cada una de esas aventuras. Quizás más adelante y en algún momento del camino te contaré alguna, pero sí lo voy a hacer hoy sobre uno de esos episodios, que supuso el descubrir algo muy importante sobre mi propio comportamiento ante la toma de decisiones. Fue algo muy simple, pero que indica con claridad meridiana la necesidad que tenemos de reforzar esos intangibles, si queremos salir victoriosos en esa lucha interna entre el “yo” que somos y el “yo” que deseamos ser.

                ¿Alguna vez te has puesto a dieta? ¿Has conseguido mantenerte firme en tu decisión?

                Hace unos cuantos años me propuse estar 10 días sin comer. Solamente a agua y sirope de savia. Estaba determinado a bajar unos kilos y eliminar alguna que otra toxina que, seguramente, vivía en mi sangre. Te cuento mis sensaciones.

                Todo comenzó “perfectamente”. El día anterior a su inicio me puse a reventar de comida, en un intento de que el hambre no me atacara durante el camino. Fue relativamente fácil prescindir del desayuno, pues aún surtía efecto la estrategia del día anterior. Mi verdadera lucha comenzó un poco más tarde, cuando a la hora de comer ya tenía hambre. Me resistí y continué mi vida normal hasta que llegó el momento de cenar.

                En ese momento ya arrastraba un ligero dolor de cabeza, como si mi cerebro se estuviera revelando contra mí, por tan “irracional” decisión. Aguanté estoicamente y me retiré a descansar. Bueno, a estirarme en la cama mientras mi mente protestaba durante horas por el suplicio al que la estaba sometiendo. Por fin pude dormir. Había superado esa primera prueba y mañana sería otro día.

                Cuando desperté lo primero que pensé fue: ¡A desayunar! Fueron segundos, porque enseguida tomé conciencia de la situación y decidí continuar adelante. Llegó el momento de la comida y aún recuerdo cómo me martilleaba el cerebro. Me dolía la cabeza y ya me estaba planteando seriamente el abortar la aventura. ¿Qué estás haciendo, Emilio?, ¡vas a enfermar! Tú no necesitas hacer esto, pues ni estás tan gordo ni estás enfermo. ¿No te das cuenta?, ¡déjalo ya!... Soporté el nuevo ataque y esperé hasta la hora de la cena con la esperanza de que se me fuera pasando. Nada más fuera de la realidad, pues reinicié mi lucha al sentirme agredido aún con más fuerza. Me sentía sin fuerzas, con dolor de cabeza y un tanto cabreado, pero no podía sucumbir. Me fui a la cama y no sé las horas que pasé sin dormir, levantándome constantemente y dirigiéndome a la cocina para abrir el frigorífico. Lo miraba y lo cerraba con pena, ¡mucha pena!, para enseguida regresar a la habitación.

                No te cuento cómo me desperté al día siguiente. Era ya el tercer día. Tenía una necesidad imperiosa de comer algo, pero también me ayudó el tener a mi mente ocupada en responsabilidades importantes programadas para ese día. Tenía que viajar a Suiza, donde a última hora de la tarde daba una conferencia. Guardé el sirope en mi maleta, tomé el avión y cuando aterricé  mis anfitriones me trasladaron desde el aeropuerto hasta un precioso hotel donde tenía reservada una habitación para esa noche. Al día siguiente regresaba a España.

                El dolor de cabeza persistía, pero el estrés generado por la actividad de ese día impedía que me concentrase en “mi problema”. Pero todo se desató cuando entro en la habitación y me encuentro con algo inesperado que me dejó roto entre sentimientos encontrados, entre el agradecimiento, el dolor y la locura: nueve figuras de chocolate del tamaño de un vaso de agua, formaban un círculo sobre una mesa redonda y en el centro del mismo una pareja, también de chocolate, del tamaño de una botella… ¡Dios mío! ¿Qué he hecho?

                Fue un momento crucial en la historia de los diez días. Sin pensármelo dos veces cogí una toalla y la puse por encima de todas aquellas tentadoras figuras. Dije ¡basta! Me enfrenté a mí mismo y tomé la determinación de seguir adelante y obviar todo cuanto se interpusiera en mi camino. Fue mágico. Impartí la conferencia y después estaba programado que cenaríamos una fondue, a la que acudí con mi agua y sirope. Por mucho que insistieron en que participara de lo que para mí es un suculento manjar, no solo no lo hice, sino que llegué a disfrutar de mi jarabe con agua, envuelto por la calma de una noche que había empezado a ser maravillosa. El dolor de cabeza había desaparecido y dormí perfectamente.

                Del cuarto al décimo día nada tengo que decir, salvo que según se acercaba el último, más me apenaba que llegara el momento de dejarlo. ¡Me sentía tan bien!

Pero ¿qué había ocurrido? Muchas son las lecciones que aprendí en esos días, pero sobre todo el que mi conducta no debe ser regida únicamente por lo que el cerebro me indique. Él es vago y cómodo. Busca lo fácil sin importarle nada más, pues para ese fin está diseñado. Descubrí la fuerza del corazón frente al poder inmediato de una mente que nos debilita como humanos al tratar de racionalizarlo todo. ¡Qué cierto es que el corazón tiene razones que la razón no entiende!

Durante aquel proceso, cada día que pasaba mi mente se empeñaba en resaltar mi debilidad, buscando razones adicionales que me obligaran a desistir de aquello que había decidido realizar. Comencé desde mi zona de confort, llenando aún más de lo normal mi estómago en la errónea creencia de que ello me ayudaría a superarlo. Cada día, en cada momento, me cuestionaba la decisión tomada y tenía un día más de hambre. ¡Qué fácil caer! Mi mente sabía que era cuestión de tiempo el lograr que desistiera. Así el 2º día arrastraba ya 1 día sin comer y debía permanecer 9 días más sin hacerlo, pero tomaba otra vez la decisión de seguir; el 3º día, con hambre de 2 días, afrontaba la decisión de 8 más sin comer, volviendo de nuevo a decidir; el 4º, ya mucho más hambriento tenía 7 más por delante ¡otra decisión! ¿Cómo resistir esto?... La mente es tonta y suma cada decisión, por lo que la realidad que te hace ver es que estarás 10 + 9 + 8 + 7 + 6 + 5 + 4 + 3 + 2 + 1 días sin comer… ¡Es imposible sobrevivir a 45 días! ¡Con lo fácil que es tomar una decisión y respetarla! 

                Pasados esos días descubrí los efectos tan positivos que la experiencia me había aportado, tanto física como mentalmente. Fue algo que me preparó para afrontar las muchas y fuertes decisiones que me esperaban en el futuro. Desde entonces camino erguido en coherencia con mis decisiones y disfrutando de la senda por la que mis sueños y mis valores caminan juntos. Ya que me acompañas, te invito a que tú también disfrutes superando los retos que en Barymont tenemos preparados para ti. Solo es una decisión, ¡solo una! Acompañada, eso sí,  por la determinación que tu corazón aporte.

                En Barymont, como te comenté, todos debemos aprender a surfear.  Dejamos de enfrentarnos a esas olas que constantemente rompen sobre viejas estructuras, que se mantienen racionalmente fuertes envueltas en sus paradigmas. Aquellos paradigmas que nuestra mente se empeña en defender para no salir de la zona de confort. Simplemente con pasión, con corazón de surfista,  podremos encajar en este nuevo mundo, al tiempo que disfrutamos sobre las olas que facilitan nuestro avance.

                Efectivamente, hoy ha sido un día largo, por lo que debemos descansar. Mañana, si Dios quiere, continuaremos caminando.

 

Emilio Montaraz Castañon

Presidente de BARYMONT & ASOCIADOS, S.A.

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